QUIEN ES ESE HOMBRE?

NO ES DE MI AUTORÍA

PERTENECE AL PUBLICISTA JUAN PABLO ALVEZ -13JUL24 PUBLICADO EN FACE.

Después de haber sido torturado en la casa de Anás, Jesús, maniatado, fue conducido por los soldados a la casa de Caifás, el sumo sacerdote, Allá se reunió el Sanedrín. Estaban delante de Él los sacerdotes, los fariseos, los saduceos, los maestros de la ley, o sea, todos los líderes judíos. Los hombres más cultos y religiosas de Israel estaban reunidos para decidir que fin darían al Maestro de Nazaret qué perturbaba la nación.

No debemos olvidar que todavía era muy temprano. La multitud, qué tanto lo amaba, estaba durmiendo o esperando el amanecer para verlo. Nadie se imaginaba que Jesús estaba siendo torturado y juzgado.
Los líderes y sacerdotes judíos intentaron producir falsos testimonios para condenarlo, pero los argumentos no eran coherentes (Lucas 23.2).
No había contradicción en la vida del Maestro de los Maestros. Podían rechazar drásticamente lo que hablaba, pero nadie era capaz de señalar conductas qué rompieran con la ética y el buen criterio. La rigidez de sus dogmas de los líderes eclesiásticos de Israel les impidió qué el juicio fuera justo. No se rindieron a Jesús porque sencillamente no lo investigaron, (como nos sucede muchos de nosotros hoy en día). La prisa y la desesperación por condenarlo los llevó a reaccionar irracionalmente.
Jesús oyó todos los falsos testimonios. Con paciencia, no sentía necesidad de manifestarse.
Los hombres del Sanedrín se mostraban apresurados, estresados, ansiosos, pero Él mantenía un silencio glacial. Caifás, el más importante líder religioso, (comparado en la actualidad a un presidente eclesiástico), estaba intrigado e indignado con el silencio de Jesús. A pesar de que lo interrogaba, no obtenía ninguna respuesta.
Todos los hombres mostraban un respeto idealizado, como un modelo de perfección infalible e incondicional por la autoridad del sumo sacerdote, es decir, «una fe siega», pero el carpintero de Nazaret, a pesar de respetarlo como un ser humano, no atendía a su apelación para que respondiera al interrogatorio. Nada ni nadie lo obligaban a hablar.
El recurso del silencio es el estandarte de los fuertes. Solamente alguien determinado y seguro de que nada debe, es capaz de utilizar el silencio como respuesta.
¿Por qué Jesús no hablaba?
¡Porque estaba por encima de todo aquel tribunal!
Qué moraleja, los líderes religiosos defendían al Dios del Pentateuco (los cinco libros de Moisés), de los profetas y de los salmos. A pesar de ser expertos en las escrituras concernientes a Dios, no reconocían que, delante de ellos, escondido en la piel de un carpintero, estaba el Dios que defendían y decían adorar. ¡Qué contraste tan impresionante! Eran especialistas en enseñar quién era Dios, pero no conocían a ese Dios. No lograban ver al Hijo de Dios en aquel galileo.
Hoy en nuestra época no estamos libres, al igual que los fariseos, en no discurrir el espíritu de la ley de Dios implícito en las enseñanzas de Cristo.
Los sacerdotes fariseos hacían largas oraciones, frecuentaban regularmente el santo templo, parecían exteriormente espiritualizados, pero el Maestro denunció diversas veces que usaban la religión con el objetivo de promoverse social y financieramente, para ocupar los primeros puestos en las sinagogas y templos.
Imaginen la escena. Jesús decía ser el hijo de Dios altísimo. Pero al nacer, prefirió el bienestar de un pesebre a la cuna de aquellos que se consideraban especialistas en Dios. Cuando creció, prefirió trabajar con madera bruta y con martillos a frecuentar la escuela de los fariseos. Cuando abrió la boca, aquellos que más reprendió no fueron los pecadores, los inmorales, los impuros, sino los que decían adorar a su Padre celestial. ¡Reitero, no hay manera de no sorprenderse con esas paradojas!
Cierta vez les dijo a los fariseos qué leían las escrituras, pero que no querían venir a Él para tener vida (Juan 5.40). En otro momento afirmó que: «Lo que sale de la boca, del corazón sale: y esto contamina al ser humano. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones» (Mateo 15.18).
Señaló qué todas las veces que los líderes de Israel recitaban un salmo o leían un texto de los profetas, ellos lo honraban con la boca, pero no lo conocían ni lo amaban.
¿Quién es ese hombre que sacudió los cimientos religiosos, y que aun en nuestra época lo sigue perpetuando?

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